This weekend, another one of the capital sins to examine is the sin of envy. The remedy for envy is gratitude.
There are people who live psychologically unhealthy lives. They are obsessed with the quality of life someone else is living. They see the victories, triumphs, successes, and possessions of another and they feel threatened and deprived. They are guilty of envy. The envy leads them to hold grudges and those whom they perceive to be successful, beautiful, smart and happy.
When we are envious, we offend others, we accuse them, we judge them, we defame them, we reject them, we lie about them and live in rivalry with them. What we hope for from the other person is that they would fail so that we may laugh about them and take joy in their misfortune. The envious person always feels inferior to others and tries to cope and feel better by humiliating those for whom they are jealous. The envious tries to extinguish the good fruits and the success of his or her friends, coworkers and other people.
The envious breaks the 10th commandment all the time: “You shall not covet your neighbor's house; you shall not covet your neighbor's wife, or his male servant, or his female servant, or his ox, or his donkey, or anything that is your neighbor's” (Exodus 20:17). The envious is called to be happy with what he has by not wishing what others have and happy at the success of others by desiring the best for them.
The remedy for envy is gratitude. The reality is that that God loves all of us equally and that he gives all of us our own individual blessings. When we list out the many ways God is good to us and the ways he blesses us, we are less likely to be envious of others. Instead, we are grateful to God. Gratitude is the cure for envy. Let us, then be grateful so that envy may not take the control of our lives.
Sincerely,
Fr. Miguel González
De parte de su Pastor…
Este fin de semana, otro de los pecados capitales a examinar es el pecado de la envidia. El remedio para la envidia es la gratitud.
Hay personas que viven con un desorden psicológico. Están obsesionados con la calidad de vida que otra persona está viviendo. Ven las victorias, los triunfos, los éxitos y las posesiones de otro y se sienten amenazados y privados. Son culpables por envidiarlos. La envidia los lleva a guardar rencor a aquellos a quienes perciben como exitosos, hermosos, inteligentes y felices.
Cuando tenemos envidia, ofendemos a los demás, los acusamos, los juzgamos, los difamamos, los rechazamos, mentimos sobre ellos y vivimos en rivalidad con ellos. Lo que esperamos de la otra persona es que fracase para que podamos reírnos de ella y alegrarnos de su desgracia. La persona envidiosa siempre se siente inferior a los demás y trata de hacer frente y sentirse mejor humillando a aquellos por los que siente celos. El envidioso trata de extinguir los buenos frutos y el éxito de sus amigos, compañeros de trabajo y demás personas.
El envidioso quebranta el décimo mandamiento todo el tiempo: “No codicies la casa de tu prójimo. No codicies su mujer, ni sus servidores, su buey o su burro. No codicies nada de lo que le pertenece.” (Éxodo 20:17). El envidioso está llamado a ser feliz con lo que tiene no deseando lo que tienen los demás y feliz con el éxito de los demás deseando lo mejor para ellos.
El remedio para la envidia es la gratitud. La realidad es que Dios nos ama a todos por igual y nos da a todos nuestras propias bendiciones individuales. Cuando enumeramos las muchas formas en que Dios es bueno con nosotros y las formas en que nos bendice, es menos probable que tengamos envidia de los demás. En cambio, estaremos agradecidos con Dios. Gratitud es la cura para la envidia. Seamos pues siempre agradecidos para que la envidia no tome el control de nuestras vidas.
Sinceramente,
Rev. Miguel González